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Santísimo Cristo Yacente

Encapsulado entre los cristales de una urna neogótica, diseñada en 1880 por Antonio del Canto Torralva, estaciona la dramática imagen de Jesús Yacente, que con gran acierto fue incorporado por el profesor Hernández Díaz al catálogo artístico de Juan de Mesa.

Las analogías que presenta con el Crucificado de la Buena Muerte, de la Capilla Universitaria, son obvias. Pero, por si hubiera dudas, tiene la ceja izquierda taladrada por una espina: un grafismo inherente al vocabulario artístico de Mesa, que puede y debe considerarse en el mundo andaluz del siglo XVII como la firma encubierta del artista.
Previsiblemente fue tallado entorno a 1619 y se muestra deudor en el sudario de los modelos montañesinos al no utilizar todavía soga de sujeción. Tiene la cabeza reclinada sobre una almohada, el cuerpo rígido y las rodillas encogidas como consecuencia de la violenta postura que conservó en la cruz.

María Santísima de Villaviciosa

El "paso de duelo" está inspirado en el rito de expresar la condolencia a los familiares del difunto tras enterrar al fallecido en el cementerio. Esta es la razón por la que San Juan, los Santos Varones y las Marías se aprestan a dar el pésame a la Virgen que, con la corona de espinas en sus manos, preside la luctuosa ceremonia. 

Su autoría es doble y pertenece a dos épocas distintas. La Dolorosa fue encargada por el mayordomo de la corporación don Manuel González de Contreras al imaginero Antonio Cardoso de Quirós, que cobró en 1693 "la cabeza" de la Virgen y regaló "las manos" en concepto de cuota de entrada en la Hermandad. Es el único testimonio que queda del misterio original, dado que las restantes imágenes se perdieron en la invasión francesa y fueron rehechas en 1829 por orden del Asistente de la Ciudad, don José Manuel de Arjona, para salir en la procesión del año entrante. 

El Manifiesto que la Hermandad edita para celebrar tan grandiosa efeméride proclama que Arjona confió su ejecución "a la reconocida inteligencia del escultor" y Diputado de hacienda de la Cofradía don Juan de Astorga, que agrupa los personajes de acuerdo con las normas que impuso el academicismo a los pasos procesionales: alineación ordenada de parejas sobre las andas y formación de filas simétricas. Equilibrio y rigor en franco divorcio con la barahúnda participativa e impetuosa indisciplina que caracterizó a las tarimas barrocas.

No fue el celo religioso el único motivo que excitó a Arjona a poner la cofradía en la calle el Viernes Santo de 1830; un espíritu agudo como el del analista don José Velázquez descubre otros intereses más humanos como la utilización de la procesión por el Ayuntamiento para atraer a Sevilla "infinidad de forasteros" e incorporar al sentimiento devoto "los trámites y accidentes de la vida social".

Todas las imágenes son de candelero. Lo único que tienen de humano es la mascarilla del rostro, las manos y los pies, supliéndose las carencias de talla con un rico aderezo de mantos, sayas y túnicas, bordadas en 1880 por doña Teresa del Castillo que prestan belleza gótica al luto.

Triunfo de la Santa Cruz

Este misterio alegórico es conocido popularmente en Sevilla como "la Canina", por representar en primer término a la Muerte, personificada en un esqueleto provisto de guadaña. Su trono es la bola del mundo por el que repta la serpiente con la manzana del veneno original en la boca. Y su antídoto la emergente cruz desnuda, en la que ondea un sudario blanco y otro negro. Esta última mortaja se rotula con la leyenda "Mors mortem superavit" (Cristo desterró con su Muerte nuestra muerte), que descubre el significado alegórico del paso, proclamando que la Resurrección del Señor redimió al mundo, perdonó al pecado y derrotó al demonio. 

El origen de tan simbólico grupo radica en el ceremonial que acompañaba al Sermón del Descendimiento, celebrado anualmente por la Hermandad del Santo Entierro, a las tres de la tarde del Viernes Santo, en su primitiva sede de la Puerta  Real. El historiador de las cofradías sevillanas y procurador de los tribunales, don José Bermejo, cuenta que al mismo tiempo que el orador sagrado iba exponiendo a los fieles el Descendimiento de Cristo, cuatro capellanes de la parroquia de la Magdalena desclavaban desde lo alto de la cruz la imagen de un crucificado de brazos articulados y, tras convertirlo en yacente y amortajarlo, lo subían a unas andas.

Entonces se iniciaba la estación de penitencia, cuyo cortejo encabezaba "un paso con una cruz grande y varios jeroglíficos". Tales jeroglíficos no tenían nada de tétrico ni morboso, tampoco aludían al dramático juicio de las postrimerías; antes bien, el esqueleto, la guadaña, la serpiente con la manzana enroscada al globo terráqueo y la inscripción "Mors mortem superavit" revelaban y revelan el núcleo de la fe y de la esperanza cristiana a partir de la Resurrección de Jesús.

La composición del misterio data del 20 de marzo de 1693 y se debe al ingenio del escultor Antonio Cardoso de Quirós; con anterioridad a esta fecha su iconografía variaba al depender de la fantasía del artista a quien se encomendaba aquel año el montaje y distribución de los jeroglíficos.